Perquè som aquí (Paraules per a Matilde Landa)

(Text de Salvador Bastida, llegit a l’acte d’homenatge a Matilde Landa,  aquest 26 de setembre, aniversari de la seva mort a la presó de Can Sales, organitzat per Esquerra Unida de les Illes Balears, amb assistència de Memòria de Mallorca)

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26 de septiembre. ¿Por qué estamos aquí? Se cumplen 40 años del asesinato de Matilde Landa, comunista, republicana, pero hubo miles de episodios que compiten con el suyo en heroísmo propio y en encanallamiento franquista; era ésa una combinación que no escaseaba, ciertamente, durante la dictadura. ¿Por qué entonces nosotros hoy y aquí? Como Neruda cuando ve la sangre por las calles, tengo que explicar algunas cosas.

Antoni Tugores publicó hace dos años la última carta de Matilde Landa a su hija Carmencita. Está escrita instantes antes de morir; habla, de hecho, de que oye los motores de los coches del gobernador y del obispo Miralles Sbert que venían a presidir el solemne momento de su conversión al catolicismo, bautismo mediante, coaccionada con la amenaza –que ya habían puesto en marcha– de disminuir paulatinamente las ya míseras raciones diarias de las presas y sus hijos. La carta recoge con una sencillez trágica el dilema irresoluble de Matilde: si no acepta, “no puedo ver sin llorar los rostros de los niños a los que amenazan con dejar sin leche” (“¿Será todo un capricho mío?”, añade, con una angustia que sobrecoge al lector); si acepta ser exhibida como un trofeo, humillarse y con ella sus compañeras, sus ideas, todos los muertos que ya la acompañaban, “sería como prostituirme”; Matilde, ya sabéis, encontró una solución. Pero a mí me interesa sobre todo una frase de la carta: “Carmencita, espero que te acuerdes de mí a pesar de lo que te cuenten”.

“Espero que te acuerdes de mí…”, “Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto…” Los que luchan y mueren por unos ideales de justicia y no tienen más religión que la solidaridad están, y utilizo palabras de Cernuda, “sujetos más que otros / al viento del olvido que, cuando sopla, mata”. Temen la oscuridad de la desmemoria. Y esta es una primera razón para estar aquí: “Espero que te acuerdes de mí”, nos escribe Matide Landa. Estamos aquí porque nos acordamos.

Pero no estamos aquí sólo por ella: en su tumba están todos los que vivieron, sufrieron y murieron en la misma lucha. De ellos nos acordamos recordándola a ella. De los suicidados por sus verdugos (Ruano cayéndose por el hueco de la escalera de su casa, Grimau desplomado sobre el patio de la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol…). De los que tuvieron que decidir en dilemas tan angustiosos como el de Matilde, y tampoco se equivocaron aun eligiendo otro camino: os dije que iba a explicar algunas cosas y hablaré de Jesús Biosca, carpintero de Marchamalo, al lado de Guadalajara. Biosca, el mayor de tres niños, tiene seis años en el 36; su padre, comunista, muere luchando contra los italianos y su madre es detenida y condenada a muerte al acabar la guerra. Era muy guapa, susurra Biosca interrumpiendo el hilodel relato. Le prometieron el indulto si salía en la procesión del Viernes Santo como penitente, descalza y a cara descuberta para que todos vieran su arrepentimiento. Se negó en redondo al principio, pero pensar en nosotros, niños y solos, le amargaba los días; acabó aceptando y desfiló entre las sonrisas satisfechas de los curas. Lloraba como la  Magdalena, nosotros tres detrás; oíamos los comentarios burlones de la gente, “ahora llora arrepentida, ahora”, pero yo sabía que lloraba de humillación y rabia y lloré también por ella. Biosca se para, apenas puede hablar, emocionado, y yo callo con un nudo en la garganta. Y de repente, el mazazo. “La fusilaron”. Creo haber oído mal. “¿Qué?” Y el repite, ahora tranquilo, “La fusilaron tres días después, y nosotros crecimos en el infierno de los hogares de Auxilio Social”.

Por la madre de Biosca estamos también aquí. Y por todos los que, todavía, yacen en las cunetas fruto de una barbarie que no es tanto del siglo pasado cuanto de nuestros días: los responsables nos gobiernan. Rendir homenaje a la dignidad de Matilde Landa es también reivindicar esa misma dignidad para todos los que sufrieron el franquismo, y negársela a los que perpetraron las atrocidades, a los padres de entonces y a sus hijos de hoy. Ésta es la segunda razón para estar aquí.

En las murallas de Hiraklion, en Creta, está la tumba de Nikos Kazantzakis, el autor de Zorba. La iglesia ortodoxa no dejó que lo enterraran en sagrado y ahora yace en buena compañía: el camino de ronda de las murallas, gigantescas, es un concurrido paseo al atardecer de familias con niños, de turistas, de pandillas juveniles, inconscientes todos de la fiereza del epitafio que el mismo Kazantzakis se destinó, orgullosa contestación a los que, en nombre de un dios, hacen la vida imposible a todo dios. “Nada temo, nada espero, soy libre”. Matilde Landa debió pensar algo parecido mientras caía. No temía nada. Ya no esperaba nada. Era libre.