JULIÁN FULLANA, NIETO DE UNA VÍCTIMA MALLORQUINA DEL FRANQUISMO. El descendiente de una familia de exiliados reclama desde Argentina “la condena de la conciencia”

MATEU CUART (Diario de Mallorca, 28 d’abril 2010)

Julián Fullana lleva el mismo nombre que la represión franquista borró de Mallorca hace más de 70 años. Ahora, este argentino hijo de padre mallorquín suma su rúbrica a la querella por delitos de genocidio y/o lesa humanidad interpuesta con base al principio de justicia universal en Buenos Aires contra los crímenes cometidos durante la Guerra Civil y la dictadura de Franco.


“Comprendo a la gente que quiere guardarlo todo bajo la alfombra, pero hay personas que queremos saber. Creo que merecemos saber”, explica a Diario de Mallorca el nieto de Julià Fullana Monserrat, dirigente de la cooperativa socialista La Hormiga, detenido en 1937 y encarcelado en Can Mir, en Palma, desde donde se cree que fue trasladado a Porreres para darle muerte y sepultura en una fosa común.


“¿Tiene usted noción de lo que representa para una familia que el padre, el sustento y la ley, desaparezcan porque sí, sin más? ¿Que le llegue el rumor de que lo mataron en un camino, pero que no hay cadáver, y al no haber cadáver no hay muerto, y no hay viuda, y no hay vida posible, porque ustedes son rojos y para los rojos no hay confesión, ni perdón? Esa, mi amigo, es la España que cuenta mi padre. Una España fascista y facciosa, muy alejada del hermoso país que es hoy”, añade el hijo del exiliado desde la capital argentina.

Hoy, Bartolomé Fullana Saster suma 83 años. Vive en Mar de Plata, pero a pesar del tiempo y la distancia, su herida sigue abierta. Por eso, Julián prefiere aliviarle el trago de rememorar lo ocurrido, “no vaya a ser que esta historia se lleve a más gente de la que ya se ha llevado”. Él no conoció a su abuelo, pero quiere saber dónde descansan sus huesos, y quién le quitó la vida. “No busco ninguna venganza, busco saber qué pasó, quién o quiénes fueron, en fin, algo que aclare esta nebulosa de tantos años”, señala. “Creo que si las cosas se hacen públicas habrá la condena de la conciencia”, apostilla. Su denuncia trata de lograrlo. A diez mil kilómetros de distancia.