JESÚS RUIZ MANTILLA (El País, 3 d’octubre 2009)
La tierra no bendecida y los fantasmas tienen en estos últimos tiempos un gran poder de convocatoria. España, un país donde según los cálculos más suaves, todavía existen 120.000 muertos en fosas y cunetas esperando sepultura, vive en las últimas semanas un estado de nervios exaltado. Faltan pocos días -los que estime el juez tras ver alegaciones- para que se remueva en Alfacar (Granada) la tierra donde descansa el gran símbolo de la represión, Federico García Lorca. Cuando las excavadoras y los equipos técnicos hurguen en el suelo donde, según todas las investigaciones de peso, se hallan sus restos junto a los de tres víctimas más -los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas y el maestro de escuela Dióscoro Galindo- lo más probable es que al miedo, a la reserva, a las dudas y a la emoción las sustituya otra sensación poderosa: el alivio.
Hasta ahora, en el caso de Lorca, lo que reina es la confusión. El lunes, la familia hará un nuevo comunicado ante la siguiente fase del proceso. Es urgente saber qué harán con los restos. Cómo enterrarán el cadáver una vez recuperado. Cómo resolverán asuntos sobre los que todo el mundo se plantea preguntas: las que despierta el gran símbolo universal de la represión franquista. Laura García Lorca, sobrina carnal del poeta, remite al lunes. “Con la apertura de la fosa, se abre un nuevo ciclo y la semana que viene anunciaremos cuál es nuestra posición”, asegura. También anunciarán las alegaciones presentadas ayer al proceso de exhumación.
Quienes durante toda la última década llevan comprobando sobre el terreno las reacciones y el comportamiento de los familiares de aquellos represaliados durante la Guerra Civil y el Franquismo, lo saben: tras el horror, casi inmediatamente, llega una especie de paz interior. No es una descripción literaria. Es una constatación científica. Lo han comprobado a pie de fosa los que han pasado casi una década levantando aquellas tumbas indignas, sin nombre, y en muchos casos humilladas hasta el sacrilegio. Aquellos que han dado el último gran impulso a la recuperación de la memoria sangrienta del siglo XX.
Así lo ve Francisco Ferrándiz, antropólogo e investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), que desde 2003 ha presenciado y levantado acta testimonial de 20 exhumaciones públicas. “Se vive una tremenda tensión previa, pero después, aparece la paz, el alivio y algo casi más importante: no he presenciado ninguna reacción rencorosa, de revancha, sencillamente, todos quieren enterrar con dignidad a sus muertos”, asegura Ferrándiz.
También lo relata de esa forma Guillermo Fouce, miembro de Psicólogos Sin Fronteras, testigo desde 2003 de 60 desenterramientos: “Estos procesos, bien llevados, cierran heridas. Son terapéuticos. No hay signos de odio, ni de rabia, ni deseos de venganza”, asegura.
¿Qué hay de los discursos contrarios a eso? ¿De los que claman que no conviene hurgar en el pasado, que a nadie le interesa, que no trae nada bueno? “Sencillamente, todos esos argumentos son mentira”, concluyen los dos. Pero no sólo se produce eso en España. Priscilla Hayner, autora de Verdades innombrables (Fondo de Cultura Económica), un libro que acaba de aparecer y que cuenta la experiencia de la autora en procesos de recuperación de la memoria de la represión en 21 países del mundo, insiste en lo mismo. “Sobre todo, en aquellos lugares con fuertes raíces religiosas, principalmente cristianas, donde la muerte cuenta con un fuerte ritual, he observado esas reacciones. Aunque el miedo a remover las cosas es algo profundo”.
Sin embargo, todos estos procesos deben hacerse, según Hayner, con una máxima. “Con el respeto absoluto a las víctimas por encima de cualquier cosa. Los procesos de recuperación de la memoria y de justicia transacional son algo nuevo, que se está construyendo, pero tratan ni más ni menos que de devolverles la dignidad a todos los que sufrieron represión, de repararlos”, afirma la autora.
Antes del alivio, como dice Heyner, hay que negociar con el miedo. Antes del desahogo y de la liberación, los familiares de las víctimas han experimentado hasta sus últimas consecuencias la culpa, la injusticia, la impunidad de los asesinos. No es fácil reaccionar contra eso. Sus muertos no son muertos. Son una especie de fantasmas que en cualquier momento pueden reaparecer, como le ocurrió a Esther Montoto.
Fue un caso que impresionó a Emilio Silva, uno de los líderes de este proceso, responsable de la Asociación para la Recuperación de la Memoria. “Aquella mujer se presentó en Aranda de Duero cuando anunciamos que abriríamos allí una fosa en la que supuestamente estaba su padre. Cuando le pregunté cómo es que había venido desde Estados Unidos, me dijo: ‘Cada vez que escuchaba el timbre de la puerta de mi casa me sobrecogía y pensaba: es él. Me ha encontrado”.
Resulta algo muy común. Medido y meditado por la represión. Toda una técnica de amedrantamiento propia del caso español, tal y como lo ha estudiado Ferrándiz. “Las fosas son secretos públicos. En los pueblos, la gente sabe a quién se mató, cómo y dónde están enterrados. Haciéndolo cómo lo hacían, acudiendo a las casas, sacándolos a la fuerza y disparándolos en lugares cercanos, donde se oían las ejecuciones, fomentaban el miedo. Así quedaban en un limbo. Eran cuasi desaparecidos. Fueron expulsados de la comunidad de los vivos, pero también de la de los muertos”.
Resulta todo un drama para las generaciones posteriores. Muchos han vivido en la ignorancia y quienes experimentaron el trauma, callan. “Por eso, los antropólogos también ayudamos a crear un lenguaje para que acepten lo que pasó”, asegura Ferrándiz. La técnica es montar una mesa cerca del enterramiento, mostrarse dispuesto a escuchar cada historia y registrarla documentalmente. Muchas se cuentan por primera vez. Es difícil dar el paso del silencio a la palabra. “Muchas veces, es difícil encontrar las expresiones correctas”, afirma Ferrándiz.
Algo que ayude a aceptar ese espacio ajeno a la vida y a la muerte. Un lugar extraño del que tienen todo el derecho a salir con el apoyo del Estado. En eso, quienes trabajan sobre el terreno en estos asuntos, creen que todavía existe un desamparo escandaloso. “La ley de memoria histórica no ha sido suficientemente contundente”, cree Ferrándiz. “El modelo de subcontratas es lamentable, da lugar a que se hagan muchas chapuzas, recuperaciones de restos de los que nadie se responsabiliza. De eso, al no estar bien regulado, tiene la culpa el Estado”.
No se espera que sea así en el caso del cadáver de Lorca y las víctimas que lo acompañan. Desde hace meses, un equipo de la Universidad de Granada comandado por el forense Miguel Botella espera la orden de intervenir. Todo está preparado. La familia busca garantías de privacidad, pero será difícil. Las dudas sobre sus posiciones y los desencuentros con las otras familias y las asociaciones de Memoria Histórica han caldeado el ambiente.
Pocos entienden las evasivas y los recelos. Aunque comprenden lo difícil que puede resultar gestionar un símbolo así con la cabeza fría. Pero hay algo en lo que familia y expertos están de acuerdo. “El interés mediático ha sido fundamental en todo este último periodo. La exhumación del cadáver del poeta será un pico de interés en el proceso difícil de superar. A partir de ahí, caerá. Sólo podrá volver a impactar en la opinión con alguna acción en El Valle de los Caídos, pero eso no lo veo a corto plazo”, pronostica Ferrándiz. La iniciativa aprobada esta semana en las cortes, que acuerda la creación de un censo sobre quienes allí reposan, abre una puerta a las familias de las decenas de miles de republicanos enterrados allí. Lo mismo opina Emilio Silva en cuanto al interés de la opinión pública. Aunque en el caso de Lorca, pese a que teme que se enfríe el proceso, “es alguien que merece un funeral de Estado”. Pero, ¿qué se hará con sus restos fuera de la fosa?
Solventar las dudas de su asesinato sería también conveniente por parte de la familia. Hasta ahora se negaban a buscar sus restos porque decían que representaba un símbolo arropador para todos los que descansan allí y en el barranco de Viznar. Temían también que una vez aclarado su asunto, se acabara todo el interés sobre las demás víctimas, como ha explicado Laura García Lorca.
Pero para otros es preferible ahuyentar teorías escabrosas, esclarecer la terrible verdad con el cadáver en manos de los forenses y los científicos. “Existen bulos, tergiversaciones, leyendas que es preciso aclarar. Lo primero si está realmente allí. ¿Alguien puede pensar que sea normal que no sepamos dónde se halla el mayor símbolo de la locura de la guerra?”, pregunta Ian Gibson. Él firmó la investigación sobre el asesinato que ha servido como referencia mundial durante 40 años y no comprende cómo la familia no ha liderado el proceso de recuperación de la memoria con el estandarte del poeta. Hoy es el día en que, por la actitud reacia que muestran los Lorca, Gibson duda. “Tiendo a pensar que está dónde me llevó en su día Manuel Castilla Blanco [el enterrador del poeta]. Pero hay muchas cuestiones en el aire”, asegura. Por lo pronto, en el examen previo que han hecho estos días los georadares, han comprobado que la tierra ha sido removida en ese lugar.
Tratar con un símbolo es muy complicado. Pero es algo que se ha hecho con naturalidad y tino en el caso de Víctor Jara, por ejemplo. Lo sabe muy bien Francisco Echeverría, profesor titular de medicina forense del País Vasco, el hombre que ha realizado un examen minucioso al cadáver del cantautor chileno asesinado por Pinochet. En Chile se ha abierto una investigación judicial y un proceso que se está llevando a cabo con total normalidad. Echeverría está a punto de entregar su informe sobre Jara al juez. No ve por qué no se puede abrir un proceso igual con Lorca.
“Comprendo que es complicado, pero es necesario convencer a la familia de que su caso es de interés público y no sólo privado”, afirma. Multitud de procesos han probado que es mejor convivir con la verdad antes que con el silencio. No es tan simple como reabrir heridas. “Como médico, la metáfora me sirve. Las heridas que se reabren es que están mal curadas. Lo que hay que hacer es cerrarlas de una vez, pero bien”, asegura el forense.